Carta de Librado Rivera a Nicolás T. Bernal, La muerte de Ricardo Flores Magón.


N° 289
BNAH/INAH/EDT
Levenworth, Kansas.
11 de febrero de 1923

Carta de Librado Rivera a Nicolás T. Bernal, La muerte de Ricardo Flores Magón.
 
En los primeros días de noviembre de 1922, Ricardo Flores Magón fue cambiado del calabozo que ocupaba cerca del mío, a otro enteramente opuesto y lejano; la fuerte tos que con frecuencia le atacaba por las noches, no se le oía más; nuestra comunicación se dificultó con el cambio; unos cuantos minutos, antes de entrar en el comedor, nos proporcionaban siempre la oportunidad de comunicarnos asuntos que pudieran ser de algún interés para los dos.
La tarde del 20 fue la última vez que nos encontramos en las filas, así como las últimas palabras que nos comunicamos Ricardo y yo; palabras que conservo en mi memoria como eterna despedida del compañero y hermano querido, que durante veintidós años participamos juntos constantes persecuciones, amenazas de muerte y encarcelamientos por los esbirros del capitalismo. No menos de trece años pasó aquel gran rebelde en contra de todas las tiranías, detrás de las mazmorras de México y de los Estados Unido. De los veinte años que permaneció Ricardo en aquel país, la mayor parte de ese tiempo lo pasó encadenado en los obscuros calabozos norteamericanos, país que en un tiempo fue Tierra de Libertad y Hogar de los Valientes.
El 21 de noviembre en la mañana, vi el cadáver de Ricardo tendido en una plancha del hospital; tenía la cara negra hasta el cuello y la frente tendida hacia atrás, como que un poderoso esfuerzo, al despedirse de la vida, había impulsado a aquel estoico luchador a exhalar el último aliento. Ricardo había muerto en su mismo calabozo a las cinco de la mañana.
Biddle el alcalde del penal y el doctor Yohe mostraban sus rostros sonrientes y satisfechos, como si el crimen cometido por el asesinato de Ricardo los hubiera hecho acreedores de valiosa recompensa.
Se me permitió estar unos minutos a solas con el cuerpo sin vida de Ricardo, monologa casi en silencio frente a él: tú sabes que yo no soy hombre que llora fácilmente, porque fui educado para resistir la adversidadRecuerda no haber llorado desde la muerte de su esposa Concepción Arredondo en 1913 y ahora vuelve a hacerlo como si hubiese muerto su propio padre, esconde su rostro entre sus manos porque no quiere que las autoridades del penal adviertan las lágrimas que caen por su mejilla.
What w3as the cause of his death (¿Cuál fue la causa de su muerte?), preguntó hipócritamente Biddle al doctor de la Penitenciaría, from heart disease. (de enfermedad cardiaca), fue la contestación del doctor Yohe.
Mi primer pensamiento fue poner telegramas a los amigos y familiares de Ricardo, comunicándoles el fin trágico del camarada. Vueltos a la oficina del Alcalde, pedí permiso para enviar el telegrama en los siguientes términos: Ricardo Flores Magón murió repentinamente a las cinco de la mañana, de enfermedad cardiaca según el médico de la Penitenciaría, el doctor Yohe.
Yo no permitiré que envíe usted el telegrama en esos términos, dijo Biddle. Pero el doctor dijo a usted, frente al cadáver, que Ricardo murió de esa enfermedad, contesté al alcalde Biddle.
No importa; no permitiré que ponga usted en el telegrama el nombre del doctor ni de la institución, refutó el Alcalde. El telegrama fue corregido en los siguientes términos y me lo presentaron para que yo lo firmara: Ricardo Flores Magón murió repentinamente a las cinco de la mañana, de enfermedad cardiaca. Rehusé firmarlo en la forma indicada y expuse al Alcalde que yo no podía asegurar que Ricardo había muerto de enfermedad cardiaca. ¿Cree usted que murió de envenenamiento?, interpeló el Alcalde.
No sé, contesté a secas.
El telegrama fue al fin enviado en la forma que pedía el Alcalde. Lo importante, para mí, era comunicar la muerte de mi compañero. Sin embargo, en mis cartas dirigidas a algunos de mis amigos tuve la oportunidad de hacerles saber la sospechosa insinuación del Alcalde de la Penitenciaría para obligarme a enviar el telegrama en la forma que él deseaba.
Un día funesto lleno de profundas amarguras y tristezas envolvía mi corazón. Una lucha de encontradas ideas arrastraba mi imaginación por el abismo insondable de la desesperación. Por la noche acudían a mi mente como en tropel imágenes y recuerdos. Se había cometido un crimen de lesa humanidad en la persona de un hombre bueno, generoso y altruista, cuyos ideales de justicia sintetizan las sublimes aspiraciones de todos los pueblos esclavos de la tierra.
Ricardo podría haber sobrevivido todavía muchos años más con vida y su labor de emancipación se hubiera extendido con la velocidad de un rayo. Yo lo escuchaba con la fascinación y con la desesperación del que quiere llegar pronto a la tierra prometida.


Librado Rivera

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